Yo no conocía a la señora, ni ella a mi.
Pero vino, sin vino ni pan, ni sonrisa a pararse a mi lado.
Yo sin pena ni risa y en paz cerré los ojos,
Y si la miraba le decía con la mirada:
No señora, no le daré el asiento,
por lo menos, no mientras usted piense que
los jóvenes merecen palos en vez de educación.